jueves, 29 de enero de 2009

Música

No concibo mi vida sin la música clásica. No comprendo como hay gente que puede vivir toda una vida sin escuchar a Brahms, o a Chopin, o a Pergolesi. No consigo imaginar cómo pudieron componer obras que representaran todos los estados, todas las emociones, todos lo pensamientos. Y me extraña que no fueran más desgraciados de lo que ya fueron. ¿Puede realmente una mayoría comprender a un genio contemporáneo?
A veces pienso que sólo es posible entenderlos a posteriori, porque son mentes privilegiadas, y me da igual si son trastornos de personalidad, o afectivos, o las dos cosas a la vez. En realidad creo que quienes tienen el trastorno son aquéllos que no saben apreciar las cosas bellas. ¿Puede experimentar la felicidad alguien que no se emociona con la Patética de Beethoven? Reformulo, ¿tienen el mismo corazón las personas que sienten la música que aquéllas que no lo hacen?
Me torturo pensando que es posible que hoy me esté pasando desapercibido o incomprendido del todo alguien que en el futuro pueda ser designado el mayor genio de mi tiempo. Tal vez por eso escucho todo lo que puedo, no quiero perderme un ápice de la creatividad de los grandes (y donde digo los, incluyo a las, que afortunadamente las mujeres están ocupando el lugar que merecen en la composición musical). Creo que es el peor remordimiento con el que podría morirme, no haber sido capaz de entender a un genio coetáneo.
¡Que viva Bach! El mundo no sería igual sin su clave bien temperado. ¡Que vivan Bruckner y Mozart! ¡Que vivan Satie, Mahler, Debussy y Schubert, y Saint-Saëns y Shostakovich! ¡Que vivan Ligeti, Pärt, Reich y Glass! ¡Y que vivan todos los que aún no conozco, pero espero conocer!
Gracias por mostrarme una mejor visión del mundo y enseñarme a ser quien soy.

domingo, 25 de enero de 2009

Asco

Cada día las mismas caras en la tele, las mismas expresiones, las mismas palabras… Y yo termino por no creerme a nadie. Es todo un conjunto vacío de buenas intenciones, honestidad, firmeza y cercanía fingida. Estoy desencantada con el mundo, bueno, con el mundo no, más bien con las figuras notorias y públicas que se llenan los bolsillos a base de palabras huecas, de medias verdades y mentiras completas. Estoy desencantada con el orden mundial, o mejor dicho con el caótico desorden mundial.
¿No se supone que debería ser al revés? ¿No es evolución natural volverse más conservadora con la edad? ¿Por qué me pasa a mí al revés? Cada día estoy más asqueada de todo, y soy más incrédula. Cada día me siento más y más defraudada con aquéllas personas que en su día me pareció que eran honestas y justas. Hoy las veo como mezquinas, aprovechadas y mentirosas. Me da repelús ver a todas las celebrities sonrientes, embutidas en trajes que cuestan fortunas recaudando fondos insignificantes por cualquier causa que olvidan tan pronto como se desabrochan la chaqueta. No me creo al futbolista de turno que va en su mes de vacaciones a Sierra Leona para limpiar su conciencia, y a su regreso se compra un coche que vale tanto como 3 escuelas y dos consultorios médicos. Me dan ganas de escupirles a todos en la cara.
A veces trato de consolarme a mí misma diciéndome que por lo menos soy crítica, que no he caído del todo en las garras de este apestoso sistema, pero ¿es suficiente con eso? Yo no lo siento así. ¿Qué puedo hacer? ¿Me hago socia de Intermon Oxfam, o de Médicos sin Fronteras? ¿Sería eso suficiente? Tampoco lo creo. ¿Se trata de dejar mi vida tal como es para irme a cualquier rincón del mundo a “ayudar” y pasarlas tan putas como las pasan ellos? Quizá, pero eso implicaría crear problemas a personas más cercanas. ¿Es siempre así? ¿Se trata de elegir si prefiero paliar mínimamente el dolor de alguien lejano o si, por el contrario, me sentiría más satisfecha aportando felicidad a quienes me rodean? Si es así, si la elección es esa, y no estoy muy equivocada en mi planteamiento, este mundo definitivamente, apesta. Huele a podrido por todos lados, y además no hay lugar para la esperanza.

viernes, 23 de enero de 2009

Gris

Todos los colores se han vuelto gris plomizo. Opaco, impenetrable, denso, frío. No queda esperanza en el futuro, y el pasado mejor parece haber sido sellado y guardado bajo siete llaves custodiadas por todos los abismos. No queda azul cielo, ni amarillo canario, ni rojo pasión, ni verde mar. El cielo ya no llueve de alegría para los campos, sino lágrimas lentas y cansinas por nuestra ceguera de colores.
Y las miradas han cambiado, sin nostalgia, sin deseo, sin vida. Yendo de un lado a otro guiados por la rutina, el quehacer, parece que lo hubiéramos hecho así desde el principio de los tiempos. Ya nadie recuerda que hasta hace poco abrazábamos a un amigo, besábamos a un niño, o sonreíamos a un perro que nos miraba curioso. Pero lo hicimos. Ya nadie piensa en barquitos de vela, ni en comida para los patos del parque. Ya no hay patos en los parques. Ahora un parque es un lugar sombrío, callado y triste, vulgar como un estanco.
De pie, quieta, tan gris como la esquina de cemento en que me apoyo, escucho los pasos de gente con mirada perdida, con mente hueca, corazón vacío, oídos sordos. Y los pasos retumban con un eco borroso al que no hacen caso, pero yo escucho el eco de zapatos pasados, zapatos de tacón corriendo bajo la lluvia, dos lentos y arrastrados pares de zapatillas deportivas de una pareja adolescente que trata de eternizar el camino que los lleva a separarse, botas de infantes con paso irregular.
De pie, quieta, tan gris como la esquina de cemento en que me apoyo, me pregunto si queda alguien más que vea, escuche o sienta. Sé que nos reconoceremos la mirada, ésa que los demás achacan a la perturbación mientras me miran con condescendencia sacudiendo apenas la cabeza. Es curioso, pero sólo yo sé que son ellos quienes merecen mi lástima. Yo amé una vez, y vi todos los colores del arco iris, y sentí el mar gélido en mi piel y me devolvió a la vida, y me subí a una azotea y quedé a merced del viento, y grité en un acantilado. Fue tal vez sólo un sueño, pero fue mío. Fue un sueño que me diferencia, que me da una existencia peculiar, única, incomprendida, pero viva. Viva de verdad.

lunes, 5 de enero de 2009

Por Gaza


Es tal la impotencia que siento... tal el dolor que me produce... que no puedo siquiera escribir sobre ello. Hoy me limito a pedir el boycott a los productos que tienen un mayor impacto en la economía israelí. Son grandes multinacionales, por ejemplo Sara Lee -que puede no sonarle a mucha gente- nos ofrece cada día infinidad de productos en el súper, como Sánex, Kiwi, Ambi-pur, etc. http://www.saralee.com/OurBrands/AllBrands.aspx Comprar los productos de estas marcas es apoyar, nos guste o no, a Israel y lo que hoy está pasando en Gaza.