Miro el teclado del ordenador como si fuera el de un piano, y trato de encontrar la combinación de telcas negras y blancas que conformen la melodía que resuena en mi cabeza. Cierro los ojos, esperando que las palabras fluyan, que me transporten al universo paralelo en el que me siento segura y a salvo de todo lo extraño y amenazador. Porque parece que a veces la vista no es más que un obstáculo, una valla que el pensamiento tiene que saltar antes de llegar a su destino. O tal vez no sea el pensamiento lo que está atrapado, sino las emociones... y claro, no hay mejor manera de sentir que con los ojos cerrados, dejando que que la emoción campe a sus anchas, y nos impregne.
Ya no miro el teclado, sólo siento cómo presiono una tecla tras otra, sin conciencia real de lo que sale de mis dedos, redundante, absurdo, ilógico o inconexo, o todas las cosas a un tiempo. Ahora miro mi interior, y me doy cuenta de que nunca he sabido hacer otra cosa más que escribir para mí misma, pero no sé si echo de menos que pueda entenderme alguien fuera de mí, o si casi o prefiero, porque me permite ser absolutamente libre, y es una preciosa sensación. Poder ser sincera y honesta porque es conmigo, y permitirme discursos vagos o torpes que nadie juzgará.
Abro los ojos como platos, porque he tenido una revelación, un insight. Se trataba de cerrar los ojos...
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